Te enseño a hacer una hamaca...

En San Jacinto se crece devanando madejas, mientras del otro lado del patio, bajo un quiosco de palma, la abuela sube y baja hilos en un telar. Ese es su rincón de trabajo, escuchando el cacarear de las gallinas y topándose de vez en cuando con el gajo de “guineíto” manzano que siempre, por alguna razón, cuelga en toda la mitad.
La abuela pone la olla del café y manda a su nieto a comprar bolillos de sal, para que descanse de tanto devanar.

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Beatriz se estira, se soba la columna, y manda a buscar un poquito de café. Este es su trabajo, su elección de vida y gracias a eso permanece una costumbre que es orgullo de este pueblo, en el corazón de los Montes de María.
Destino de referencia

San Jacinto sabe a chocolate

Huele a lluvia. El camino hasta la finca se hace largo debido a los huecos en carretera destapada. Mientras el jeep anda, los viajeros nos contoneamos de un lado a otro, agarrándonos para no salir volando. A los lejos se ven las tonalidades en verde de las montañas y los árboles. De vez en cuando una rama entra de improvisto y nos hace agachar la cabeza.

Por la carretera van y vienen campesinos en sus burros, cargados de sacos. Viajamos desde San Jacinto hasta La Nasa, una finca a las afueras del pueblo, en el camino que comunica con la vereda Paraíso.

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