Directamente de París, por orden de Carlos Martínez, administrador de la salina, llegó un piano para celebrar las bodas de los enamorados.

En la comunidad no eran bien vistos los concubinatos. ¡Válgame Dios! Ni más faltaba que en un pueblo tan próspero que presumía tener el hospital más importante de los alrededores se consintiera la unión libre. El matrimonio era indispensable para que los cónyugues gozarán de todas las prestaciones que la compañía ofrecía a sus empleados.

Era la década de los 40 del siglo pasado. ¡Qué tiempos aquellos!, Galerazamba lucía como una tacita reluciente, con sus callecitas asfaltadas y sus casas bien puestecitas. El casino a orillas del mar, la esmerada iglesia y la floreciente escuela confirmaban el privilegio de una riqueza única en la zona norte de Bolívar. Todo el pueblo parecía una maqueta a tamaño real construido alrededor de la boyante Ifi Concesión Salinas, empresa estatal que operaba, en ese momento, las cinco salinas de Colombia. El comercio y la vida social en el pueblo giraban en torno a ella.

Todos estos recuerdos cobran vida en la voz de Cristina Porras Díaz, encargada del modesto Museo Etno Industrial que intenta conservar las memorias del corregimiento más representativo de Santa Catalina.

No se trata de cualquier tierra. En la época precolombina Galerazamba fue el asentamiento de la tribu Kalima, en dónde se dice nació la India Catalina, uno de los personajes más simbólicos para Colombia en la época de la Colonia, a quien los libros le atribuyen el rol de intérprete y aliada de los españoles en la pacificación indígena.

De hecho el nombre de Galerazamba nace de la combinación de lo más importante del acontecer del pueblo. El Galera se desprende de las embarcaciones denominadas galeras en las que transportaban la sal que se extraía en el pueblo hasta Alcalis de Colombia, en Cartagena, y Zamba del nombre del cacique indígena, padre de la India Catalina.

Hoy Galerazamba quiere renacer a su época dorada, la que terminó en 1991 cuando el Gobierno ordenó la liquidación de Ifi Concesión Salinas y entregó el negoció en concesión a la empresa española Brinsa, propietaria de la conocida marca Refisal. El número de empleos para los lugareños disminuyó considerablemente, incluso se redujo el número de habitantes.

Galerazambra es ahora un pueblo silencioso, acariciado por la brisa del mar; con recuerdos a los que sus habitantes, en el boca a boca, le han sumado un toque fantástico, con inmuebles muy bien conservados de ese período cúspide, rodeado de una flora diversa y embellecido por los cristales de sal. En todos estos elementos, Alberto Mario Robles divisa una oportunidad para convertir el turismo en la punta de lanza del resurgimiento de este terruño.

Él lidera, hace cinco años, la Cooperativa Ecoturística, dedicada a promover las bondades del corregimiento entre los colegios y promotores de viajes en Cartagena y Barranquilla; dice orgullosamente que cuentan con un cómodo hostal, que funciona donde otrora fuera el estacionamiento de los carros de los directivos de Ifi Concesión Salinas . Semanalmente hay una excursión de estudiantes y visitantes que llegan deseosos de conocer el proceso de extracción de la sal, enterarse de las impecables historias de cuando los habitantes del pueblo borbotaban en sus anhelos y recorrer las calles para ver con sus propios ojos la arquitectura conservada de aquellos años.

Galerazamba es la perla valiosa de Santa Catalina, es como ese mejor vestido que se tiene en el armario para lucir cuando se quiere impresionar. Es un pueblo ancestral en el que la extracción de la sal marina hace parte de sus raíces. Se tiene conocimiento de que antes de la llegada de los españoles, los indígenas ya aprovechaban el mineral, no sólo para mejorar el sabor de sus alimentos sino para intercambiarlo por otros materiales de interés para ellos. La sal les daba vasto poder en el comercio del trueque.

Pero Santa Catalina tiene más para mostrar. A sólo diez minutos de Galerazamba y siguiendo por la Vía del Mar, en área del corregimiento de Pueblo Nuevo emerge sereno, 15 metros sobre el nivel del mar, el Volcán del Totumo, que ejerce una poderosa atracción natural sobre los turistas. En época de temporada alta pueden acudir a él, desde cualquier rincón del mundo, hasta 500 personas por día y en temporada baja, entre 50 y 100.

Es una alta piscina de lodo curativo que al sumergirse en ella se experimenta una indescriptible sensación de confort y bienestar. La densidad del fango, que impide que las personas se hundan, y su tibieza acarician delicadamente la piel de los bañistas.

“¡Maravilloso! Es la primera vez que vengo y me ha parecido fascinante”, dice Tiago Baptista, quién llegó de Brasil a visitar Cartagena y al preguntar por el mejor plan ecoturístico le hablaron de este volcán.

El Totumo hace parte de un sistema de volcanes, siendo él el más grande; se halla en medio de un bosque seco tropical en el que predominan los cactus, los trupillos, por supuesto el árbol de totumo y cuatro especies de manglares que adornan las orillas de la también llamada Ciénaga del Totumo que se extiende unos 28 kilómetros cuadrados hasta conectarse con el Mar Caribe. Contiguo al volcán, el cuerpo de agua es el lugar propicio para limpiarse del lodo que se seca y se aferra en la piel. Compuesto por 51 minerales, entre ellos azufre, hierro, yodo y magnesio, es de gran beneficio para quienes sufren de artritis, ácido úrico, acné y otras afecciones dermatológicas.

El paisaje es muy natural, con pocas intervenciones antrópicas. Para ascender al cráter el único medio es una escalera de madera construida artesanalmente por los habitantes de la zona, quienes hace 25 años se agruparon en una asociación para trabajar legalmente como promotores turísticos en el lugar. Son 45 integrantes entre hombres y mujeres divididos en dos grupos, cada uno trabaja día de por medio. Los hombres se reparten diario el producido de la subida al volcán, que cuesta $10.000 a los adultos y $5.000 a los niños, y el dinero de la venta de botellas de distintos tamaños llenas de lodo. Las mujeres en cambio cobran $4.000 a cada persona por lavarla para retirarle el lodo. La ganancia de cada una dependerá del número de bañistas que atienda.

Alrededor del volcán hay kioscos que ofrecen un menú típico con pescado, arroz de coco y patacones, entre otras delicias.

Dos destinos, una combinación perfecta para conocer Santa Catalina, el municipio limítrofe de Bolívar con el departamento del Atlántico. Una tierra que se expande a orillas del Mar Caribe; fresca, exuberante, llamativa y acogedora, que enamora e invita a disfrutar intensamente a la naturaleza.

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