Presume de tener pocos tocayos. Su nombre no es único, pero tampoco muy común. Sus padres, unos abnegados agricultores católicos, decidieron llamarlo así en honor al día de su nacimiento: vino a este mundo el 6 de enero, Día de los de Reyes Magos, en 1944.

Mago Antonio Alvarado Caraballo ríe tanto como puede. Es un ser bastante alegre, transmite buena vibra y una implacable honestidad lo acompaña siempre. Nos abre las puertas de su casa, no donde vive con esposa e hijos, esta es otra casa: su finca. “¡Vengan, entren!”, dice emocionado.

Nos conduce cerro arriba por un camino empinado, lleno de matorrales y algo agotador. Mientras, narra cómo adquirió esas dos hectáreas, sustento de su amplia familia desde hace 40 años. Mago Antonio insiste en llevarnos al punto más alto de su “finquita”.

Ahí, en esa “pequeña cumbre”, detiene el paso, respira hondo, extiende el brazo derecho- el otro lo posa en su nuca sudada- y mira al horizonte. “Esto quería mostrarles”, exclama.

Al fondo se dibuja ante nuestros ojos un panorama increíble, es su tierra, la apacible y tranquila Santa Catalina de Alejandría, una sábana de verdes intensos arropan esta planicie, hogar del mono tití cabeciblanco, de la India Catalina, del Volcán del Totumo y tierra del eminente poeta Rómulo Bustos.

Sin lugar a dudas es un municipio que prospera y crece. Bañado por el Mar Caribe, y con amplios campos, florece no solo como terruño turístico bien apetecido sino también como potencial agrario. De eso está seguro Mago Antonio, su vida se debe al campo.

“Este pueblo está proyectado a ser uno de los primeros municipios turísticos de Bolívar, con unos 37 kilómetros de playa, con salinas y un volcán de lodo; pero también con la ganadería, la pesca y la agricultura, que representan el 70 por ciento de la actividad económica, se trabaja incansablemente para jalonar el desarrollo del municipio”, dice el labriego.

Santa Catalina, pertenece a la Zona de Desarrollo Económico y Social Dique (Zodes). En sus 153 kilómetros de extensión, en su mayoría es un llano costero, con algunas elevaciones, entre esas la loma de El Guayacán, la misma donde cuatro décadas atrás comenzó Mago a trabajar, de sol a sol, en el campo.

“Primero estudié, después me fui en el año 68 a trabajar como auxiliar de carga de buques en las Salinas de Manaure, en La Guajira. Cuando regresé me entusiasmé con la agricultura porque mis padres eran agricultores. Tenía unos recursos y el negocio era rentable; compré esta finca en el año 77”, recuerda.

“No sabía tirar machete, en una época me tocó solo y me dio durísimo, casi abandoné mi hogar porque pasaba la mayor parte del tiempo en la finca. Me daba pena salir a la calle porque parecía, como decimos nosotros, un ciempiés de monte: acabado. Pero fui adquiriendo pequeños recursos y busqué quien me ayudara, así logré que mis hijos estudiaran. En esa época tenía tres hectáreas de plátano que era la mejor fuente de ingresos en Santa Catalina”, afirma sonriente.

Entre los años 70 y 80, la plantaciones de plátano reinaban en estas tierras, era el producto bandera de este pedazo del departamento de Bolívar, pero la Sigatoka Negra, una dañina plaga bananera, desterró esas cosechas, sustento de cientos de familias.

“Después de eso vinieron otros cultivos como la guanábana, el aguacate, la yuca y el maíz. El principal hasta el momento es el mango, es el que ahora queremos sacar adelante, aunque también se está hablando para recuperar el plátano”, dice el campesino.

Mago tiene su casa en el casco urbano de Santa Catalina de Alejandría, pero nació en Lomita Arena, uno de los cinco corregimientos del municipio, los demás son: Galerazamba, Pueblo Nuevo, Hobo y Colorado. Vive allí, con su esposa y seis de sus ocho hijos. En La Guajira dejó otros dos retoños, dos niñas que tuvo con una indígena de la etnia Wayú.

A los 72 años, se mantiene fuerte, sus coterráneos lo distinguen como un notable líder campesino. En la última década ha creado cinco agremiaciones para apoyar la actividad agraria de este enclave bolivarense y seguirá haciéndolo hasta que sus fuerzas lo permitan.

“Hace un tiempo que decidí dedicarme a los frutales y comencé con cuatro árboles de mango, ahora tengo 39. Pensé que estos cultivos me darían ganancias a futuro y no me equivoqué. En este momento tenemos unas alianzas productivas para sembrar en el pueblo cien hectáreas de este producto”, comenta.

Mago es el vivo reflejo, un retrato exacto, de la gente pujante de su pueblo y de una generación de campesinos que todavía trabaja por mantener el sector agrario. “El sector primario está por encima de todo, debe ser la base de la economía en general para cualquier país. El campesino es el que le da el sustento a todo el país, al mundo”, dice orgulloso.

Mientras termina de enseñarnos el resto de su finca, recuerda por qué el suyo es un municipio que todos deben visitar y conocer.

“Estamos entre dos grandes ciudades, con dos grandes vías. Aquí todo todavía es ecológico, no se está haciendo casi nada con químicos; el pescado es natural, la ciénaga es natural, tenemos unas playas muy atractivas, un bosque seco tropical y otra serie de cosas que la convierten en una tierra maravillosa”, sostiene.

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