Cuando se habla de Marialabaja y sus alrededores, se está mencionando una de las zonas que hicieron parte de los más de 80 palenques que fundaron los africanos en  lo que hoy es el departamento de Bolívar.

Para corroborarlo, no son estrictamente necesarias las investigaciones de los historiadores ni las crónicas de los escribas del tiempo colonial. Solo hay que reparar en los rostros y costumbres de los grupos humanos que pueblan zonas como San Pablo, Flamenco, Matuya y Playón.

Pero primero hay que llegar a Marialabaja. Como su nombre lo indica, este asentamiento negroide es uno de los componentes de la parte baja de la subregión de los Montes de María. A hora y media de Cartagena por carretera, el municipio (otrora despensa agrícola de Bolívar) es uno de los más grandes y pujantes del norte del departamento.

Sus accesos son una muestra de ello, pues la vía que conduce desde el sector El Vizo hacia el casco urbano de la población está completamente asfaltada y rodeada de un paisaje primado de un verde de arbustos y árboles proveedores de sombras y brisas, aun en las épocas más abrasadoras del verano.

La misma entrada al pueblo se mantiene de un asfalto impecable, orlada a lado y lado por edificaciones comerciales y residenciales, como una muestra inicial del empuje de sus gentes.

Con solo estas características, Marialabaja tendría suficiente para llamar la atención de cientos de visitantes regionales, nacionales e internacionales (que de hecho, hacen presencia anual), pero ocurre que las ambiciones, en el buen sentido de la palabra, parecen no conocer la conformidad cuando sus líderes deciden que el terruño debe seguir pujando por sus fueros.

No es suficiente con que los forasteros  se extasíen con las filas de nativos morenos y de hermosos sonrisas asentados a las orillas de la carretera, rodeados de poncheras llenas de mangos brillantes y coloridos. No es bastante con que las señoras de trenzas recias y plateadas armen tenderetes de palma y troncos de matarratón en donde hierve un sancocho oloroso a los recuerdos más profundos del alma popular.

Eso no sería todo. Ahora, tanto los gestores sociales como los culturales, quieren que Marialabaja aproveche sus cuerpos de agua como otro atractivo turístico.

Y, cuando dicen eso, se refieren específicamente a las ciénagas de Puerto Santander, Correa y Flamenco; y  a las represas de Matuya y Playón.

Pero el proyecto más amplio tiene que ver con aprovechar la ciénaga de Puerto Santander. Uno de los principales impulsores de esta iniciativa es el abogado Silfredo Morales Altamar, quien, desde que fue alcalde del municipio; y ahora como miembro de la Fundación Integral Social Afrocolombiana (FISA), viene visionando la manera de volver aún más atractiva a Marialabaja.

Y ese atractivo debe no solo conquistar el corazón de los visitantes locales o regionales, sino también los nacionales e internacionales. De recibirse los recursos monetarios, tanto estatales como del sector privado, los cuerpos de agua de Cartagena y los de Maríalabaja podrían propiciar una suerte de sistema acuático de transporte para fortalecer el ecoturismo de la zona.

Desde cualquier muelle de  Cartagena, una flota de embarcaciones cuidadosamente acondicionadas haría el mayor acopio de turistas posibles (entre niños, jóvenes y adultos), para posteriormente involucrarlos en un recorrido que tomaría gran parte de la bahía, para luego internarse en el Canal del Dique hasta llegar al corregimiento de Correa, donde los viajantes harían un pare en busca de artesanías y la culinaria ribereña. Y de paso, conocerían la esclusa de Puerto Badel, que será construida en el mediano plazo dentro de las obras del Canal del Dique.

Cada recorrido sería encabezado por guías bilingües, que exaltarían las variedades de flora fluvial, las especies acuáticas, las aves, los animales de monte, las bondades del clima y las costumbres de los habitantes de los asentamientos que se vayan encontrando en el camino.

El sitio de desembarque sería en la Ciénaga de Puerto Santander. Varias chivas folclóricas estarían esperando a los turistas para trasladarlos al volcán de Flamenco, emplazamiento en el que no solo podrían admirar la exuberancia de colores que el mismo accidente geográfico produce con el lodo que los amantes de lo natural recogen como elemento medicinal para diversas aplicaciones corporales.

Alrededor  del volcán habría coloridas ventas de comidas, bebidas o artesanías, mientras que en el casco corregimental de Flamenco esperarían hostales y residencias para acomodar a quienes deseen quedarse para explorar un poco más el entorno, aunque el siguiente punto del paseo es todavía más emocionante, pues se trata de los cuerpos de agua de Playón y Matuya.

En ambas localidades también estaría esperando gente de la región con sus ventas de frutas, artesanías vernáculas y las infaltables canoas a motor para recorrer las represas, que también ofrecen playas donde organizar actividades de integración, fundirse en un baño de agua dulce o simplemente descansar bajo la sombra de gigantescos y antiguos árboles que allí son una bendición.

En ambas poblaciones habría casas de hospedaje desde las cuales los visitantes podrían esperar el amanecer y de nuevo embarcarse en las chivas con rumbo al sector de Puerto Santander.

Allí esperarían embarcaciones dispuestas al recorrido de vuelta a Cartagena, a donde se espera que los turistas regresen con todo un conocimiento de la música, los cantos,  las danzas folclóricas, el bullerengue, la culinaria fluvial, los grandes sembrados del plátano, cacao y palma de cera, pero, por encima de todo, el espíritu de los lugareños.

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